Mis Palabras
“Los poemas expuestos me atrapan en su torbellino de sensaciones y emociones que no alcanzo a catalizar, y me llevan a un lugar de un sinnúmero de sentimientos que no puedo explicar, me duele el corazón, me duele el alma porque en cada rincón encuentro una palabra que me afecta, entonces me pregunto ¿estaré al mismo nivel de esta comunidad? o será imperfecta esta ansiedad de escribir bonito, de escribir sentimientos, de escribir al dolor y la alegría, de escribir a tantas cosas, pero se me amarran los dedos junto con los sentimientos, y dejo pasar el tiempo hasta que se calma la ansiedad y puedo volver a leerlos, y a veces, vuelvo a escribir, sin que duela cada palabra que va dejando una huella de tristeza y felicidad.
Escribo noche a noche, palabras en mi mente, que se diluyen en la bruma del sueño. Voy tejiendo sueños e ilusiones para amanecer con las manos vacías. Cada pensamiento se ha escapado con la brisa de la mañana, con el despertar de un rayo de sol, con el ruido de los motores, todo, todo se ha marchado, todo se ha escapado, todo se ha perdido y me quedo nuevamente cesante de ideas, todas las palabras que te dediqué en mi mente se han perdido.
He sentido tu soledad a la distancia, he sentido tu angustia, también tu confusión, he sentido esa pregunta sin respuesta que me ha dejado el dolor de no haber sido más útil y no poder darte una solución, pero al mismo tiempo me pregunto ¿quién soy yo, para tener la respuesta a tu dolor? solo puedo ayudarte a la distancia con mi presencia en cada resplandor que van dando las letras escritas en la pantalla del computador… Si, se que preguntarás ¿cómo le hiciste para no perder estas letras? fácil, las fui escribiendo casi con los ojos cerrados, para que no huyeran, pero al final he terminado con una gran jaqueca… se que no es un final muy romántico, ni muy sentimental… ni tampoco poético… es tan solo un final… pero quiero que sepas que siempre me encontrarás aquí, pendiente de cuando necesites una palabra amiga…
Para ti mi amigo de internet…”
Rosario
(1959-2009)
Rosario
El texto anterior lo encontré entre los archivos de Rosario luego de su muerte. Está dirigido a una comunidad de poetas y poetisas que existía dentro del universo de ‘Yahoo Grupos’, en la era Pre-Millenial del Antropoceno, cuando el internet era casi un lujo, los likes y los seguidores no existían y nuestras conexiones buscaban precisamente eso, conectarse.
Rosario era… o es mi mamá. Su nombre real, o más bien completo es Rita Yolanda del Rosario, y a pesar de que en su juventud odiaba su tercer nombre, finalmente terminó adoptándolo como su seudónimo al compartir su poesia y sus escritos con sus amigos poetas del internet.
Nació el 2 de noviembre de 1959 y murió el 17 de marzo de 2009 luego de casi cinco años batallando contra una insuficiencia renal crónica provocada por una serie de afecciones inmunológicas, entre ellas Vasculitis y Artitis Reumatoide. Desde el año 2005 debió dializarse tres veces por semana, un trámite que hacía sola pues no le gustaba molestar o incomodar al resto. De hecho las pocas veces que la acompañé al hospital para que se realizara su tratamiento me insistía en que solo la dejara en el bus, que ella podía sin ayuda, y la mayor parte del tiempo así fue. Su cuerpo se transformó a causa de la diálisis, sus venas se tornaron gruesas y sonoras, como cuando el fantasma de la noche de pronto hace sonar el frigorífico en la cocina. Aun asi, entre dolores, malestares y la inminente sombra de la muerte que ella siempre supo estaba a un paso de distancia, continuó escribiendo sus poemas de amor y desamor.
De su infancia no se mucho, por lo que cualquier aporte para completar los vacíos de esta historia serán bienvenidos en este espacio que he creado a modo de memorial, pues hace unos meses se cumplieron 10 años de su partida. Se que nació y vivió toda su vida en Pudahuel, que en el liceo estudió secretariado administrativo y que en algún momento hizo un curso de inglés. Era la regalona de su abuela, o quizás era al revés y cuando tenía 21 o 22 años se embarazó de su primer hijo, yo. El progenitor no se hizo cargo y su historia esta inconclusa pues el susodicho nunca dio señales de vida, y 30 años más tarde cuando logre dar con él me respondió con un silencio que borro casi todo ápice de curiosidad que pude haber tenido.
En el año 1985 la recuerdo el día del terremoto, pues veíamos una película en el televisor blanco y negro. De pronto cuando comenzó a moverse el piso y los muros de nuestra endeble casa de madera bailaban de un lado a otro me agarró bajo un brazo y bajo el otro tomo el televisor llevándonos rauda hasta el patio donde me sentó en el suelo y me encomendó abrazar la tele, para salvarla. También la recuerdo jugando al pillarse conmigo, corriendo alrededor de la casa encontrándonos siempre en el mismo punto con un abrazo y una carcajada, tenía el pelo negro, largo y ondulado y yo encontraba que se parecía a ‘Nice’, de la teleserie ‘Angel Malo’.
Desde que tengo memoria la recuerdo con tacos altos, raspando y sacando chispas al caminar por el piso de cemento, por las veredas o los adoquines el Paseo Ahumada y la calle Nueva York, donde trabajó la mayor parte de su vida. Era secretaria administrativa, dactilógrafa y semi bilingüe. Además de su perfume dulce de olor a lavanda recuerdo que olía a tinta de máquina de escribir, esa que venía en cintas, en rollos y que al tocarlas dejaban los dedos negros. Fue con esa tinta que cuando fue el plebiscito del Si y el No, me marcó el dedo pulgar porque yo quería ser igual que ella.
Aún recuerdo la noche que no llegó a dormir, por aya en el año 86. Casi muero de la angustia cuando la única vecina que tenía teléfono vino a avisar que estaba en la posta porque se había caído al ‘Metro’. Mi imaginación se fue a los lugares más horripilantes que puede tener un niño de cuatro años, pensando en la gravedad del accidente y en la posibilidad de quedarme huérfano, pero no fue tan serio como sonaba. El asunto es que no se calló AL Metro, sino que EN el metro. Tropezó en las escaleras y se cortó una rodilla. Le pusieron varios puntos y la cicatriz, que parecía un ojito cerrado, sin pestañas, le duró hasta su último día. La demora se debió a la lentitud del servicio de urgencia, no que la urgencia hubiese sido tan terrible como sonaba el ‘Caerse al Metro’.
En el año 87 se acabó nuestro romance. Se acabaron las noches escuchando canciones en inglés de la radio futuro hasta dormirnos. Luego de varios intentos fallidos por encontrarme un papá (o más probablemente por encontrar un amor) se enamoró de quien sería el papá de mi hermana, a quien no nombraré porque aún no le perdono el haber ocupado mi lugar como hombre de la casa (me refiero a su esposo, no a mi hermana… a ella la amo con toda mi alma pues es el mejor regalo que me dio la vida).
Lamentablemente el amor con aquel hombre no perduró y a los pocos años se separaron, sin embargo la presencia de su esposo me alejo de ella y dejamos de vivir juntos. Su hijo (yo) se fue a vivir a la casa del lado con su hermana quien ayudaba a criarlo mientras ella trabajaba, y a pesar de que la distancia era ínfima y se veían todos los días, ella nunca pudo superar esa tristeza que su hijo presentía pero al mismo tiempo desconocía.
Luego de su separación con el mariducho ese nunca volvió a tener una relación formal. De que se enamoró más de una vez no me cabe duda, basta con leer sus poemas, pero siempre fue en secreto o en la clandestinidad. Con la separación logró acercarse a su hijo pero nunca volvieron a vivir juntos como antes, siempre los separó un delgado muro de madera.
Co ella conocí el centro de Santiago y bajé por primera vez al Metro. Fue la experiencia más alucinante de mi vida hasta ese momento, y junto a ella me enamore de la ciudad y los edificios, del ruido y las luces. Cuando tenía 12 años me ayudó a redactar una carta para el Presidente Frei donde con mi mejor amiga proponíamos entre otras medidas, la creación del Ministerio del Medio Ambiente. (Y el Presidente… o más bien uno de sus tantos secretarios, nos respondió una carta de agradecimiento que nuestro profesor leyó frente a todo el colegio).
Le gustaba escuchar música en inglés, generalmente rock y canciones románticas. Encontraba la forma de escribir las letras, no siempre con exactitud, y las cantaba a todo pulmón. Cuando yo mismo me empecé a interesar por la música, fue ella quien me ayudo a escribir y aprenderme las letras, la mayoría bastante acertadas, pero también con palabras inventadas que aún no logro descifrar (c’mon chiriguey).
Enceraba el piso con pasta de zapatos marrón, pues asi le duraba más el brillo, además de que al parecer era adicta al igual que yo (y quizás tú también) al olor. Veía televisión hasta tarde y se reía a carcajadas de los humoristas que se paseaban por los canales contando siempre los mismos cuentos. A veces cuando estoy en silencio aun puedo escuchar su escandalosa risa en la distancia. Sus gritos de llamado se escuchaban en todo el barrio como si sus pulmones vinieran con un amplificador incluido. A veces parecía competir con la vecina que llamaba a DANIEEEEEEEEEEL mientras ella llamaba a MICHEEEEEEEEL o a VANEEEEE-H-SAAAAAAAAAA.
Gran parte de su sueldo lo gasto siempre en libros, la mayoría textos esclares que publicaba la editorial zigzag, pues eran útiles en la escuela. Coleccionaba las enciclopedias que aparecían con el periódico los domingos y todo lo que pudiera ser útil para aprender algo en el colegio.
Obsesivamente guardaba los originales y en carpetas codificadas por color disponía de fotocopias y láminas para recortar, todo organizado por temas, asignaturas y dificultad. Tenía montañas de libros, la mayoría repetidos, en su habitación y los colores de sus portadas se mezclaban con los colores de un sinfín de flores artificiales que decoraban cada rincón, cada repisa, cada superficie donde pudiera ponerse un florero de cristal. Entre los floreros había ceniceros, mantequilleros, platos, fuentes, bandejas y copas de diferentes tamaños y formas.
Entre tanto cachuréo se escondían las temidas arañas, que ella aborrecía y cuya fobia transmitió a sus dos hijos, sin embargo siempre supo hacerse de valor para ir a deshacerse de ellas si es que las muy asquerosas osaban acercarse a alguno de sus retoños.
No le gustaban las fotos y en sus últimos quince años vestía siempre de negro. Su pelo se tornó rubio y a pesar de tener sobre peso se veía hermosa y segura de si misma. Esto último quizás no era tan cierto, de eso me enteré mucho tiempo después.
Le encantaba el centro, caminar desde plaza Italia hasta republica si era necesario cuando debía encontrar materiales o libros para sus hijos. Desde la alameda hasta Mapocho, vitrineando libros, cuadernos y artículos de oficina.
Tacos, centro, olor a tinta, perfume de lavanda, flores, cristal y libros. No sé si algún día pueda encontrar las palabras exactas para describir a esta mujer que aún me hace llorar con su ausencia. Quizás ustedes puedan espero que si se animan a leerla logren también recordarla o conocerla.